sábado, 7 de junio de 2008

López Pérez: Danzando libertad, Coreando Democracia


Carlos Miguel Luna

Es sábado en la noche y en Hermosillo se tiene que vivir. Por la radio y por los amigos se va dibujando la noticia de que los López Pérez se acordaron de los Beatles y van a tocar en el techo de la Bemba.

Sin planearlo en realidad, con ese mismo azar cotidiano que significa encontrarse un amigo en la calle, nos sentamos en la banqueta frente a la radio a esperar entre cigarros y malos chistes, que siempre son la opción más fácil cuando se espera.

Idea muy estimulante la de tomar la Tamaulipas y hacerla propia mientras la música nos saca del tiempo.

Empieza a fluir, imperceptible, un delgado hilo que nos une a todos como en una telaraña. Empezamos a adentrarnos sin temor en el oscuro túnel de López Pérez. Por la experiencia sabemos que ese túnel solo se cruza bailando o con un nudo enorme de hormigas alegres y orgullosas en el estómago.

Resuenan los pasos que a ritmo de reggae, punk y ska toman el escenario.

La música empieza a exorcizarnos, pero los demonios insisten en acechar y hacen su aparición. La policía detiene nuestro pequeño arrollo de cerveza fantasmal y clandestino, pero el baile sigue, libre y burbujeante frente a las patrullas y las jaulas. Los demonios se van. López Pérez, esos curanderos del alma, vencen de nuevo.

Pero las historias que nos cuentan no son para los vencedores. Son para los rabiosos, los de corazones callosos, los rotos, los olvidados. Y aunque están en Hermosillo, le cantan a todo el pueblo latinoamericano.

Los cinco tejedores allá arriba en el techo de la Bemba, nosotros aquí abajo en la calle enredados con el hilo cada vez más grueso, cada vez más firme. Somos una bola de estambre y ya no estamos en la Tamaulipas, ni en Hermosillo, ni son las 10 de la noche, estamos en otro lado, somos como piedras en el mar.

De golpe, caemos. Nos sueltan y nos deshilamos. Anónimos, después del baile fraternal, cada uno se va, dejando atrás las propias huellas.

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